El guarurismo un mal necesario

policiaPor Horacio Corro Espinosa

Los jóvenes de hoy ven al guarura como una figura normal que sirve para proteger al político o al empresario de las importancias.

Hace años, nadie hubiera creído que estos personajes se convertirían en un negocio mundial de la seguridad personal.

En una sociedad en crisis y abrumada por innumerables problemas como en la nuestra, donde la delincuencia se profesionaliza más y más con nuevos trucos, nuevas mañas y nuevo armamento, es cada día más desalmada. Ante los hechos de violencia, los guardaespaldas profesionales, cada vez ocupan lugares más especiales no sólo en el sistema de la vida mexicana, sino en todo el mundo. Un guardaespaldas ya no es privativo de los altísimos funcionarios de un gobierno, sino de cualquier hijo de vecina.

En la administración pública federal, estatal, o municipal, los guardaespaldas ―mejor conocidos como guaruras― se llevan un buen porcentaje de los presupuestos, pues asisten a las mejores fiestas, a los restaurantes más caros, a los hoteles de cinco estrellas y, a veces, hasta les toca las migajas de los jefes con sus chicas bellas, en fin.

Desde luego que guaruras los hay de todas partes, de todos los colores y de todas las preparaciones.

Un día, un amigo que es hijo de un alto funcionario, tenía que mandar a su hija a la escuela. Y como él, desde que nació, traía tras de sí un par de pistoleros cuidándolo todo el tiempo, sintió que también había necesidad de contratar una guardia personal para su hija, y evitar un secuestro, tal vez, o un tocamiento o quién sabe. Por lo cual solicitó a este tipo de personal. Esa vez me tocó estar presente cuando él hizo la selección. El que recomendaba a los candidatos le dijo de uno: “Mira, este es un buen muchacho, es de Oaxaca, tuvo un problema en su tierra por eso se salió de ahí, pero te garantizo que es buenísimo con la cuarenta y cinco”. Mi cuate dijo: “Está bien, que se quede, le voy a pagar tres veces el salario mínimo”.

Este asunto de los pistoleros ha florecido tanto, que cada funcionario, cada diputado, senador o miembro de la iniciativa privada, tiene uno o dos. Lo mismo es con las “amiguitas” del funcionario de las importancias. A ella le pone tres o cuatro para que la protejan y le cuiden “el honor” de quien paga las facturas.

Hay entidades de nuestro país, donde algunos políticos no se atreven a poner un pie por la escalada de secuestros o por amenazas del narco. Cuando uno de estos funcionarios tiene que entrar a determinada zona, aparte de los gatilleros que los siguen, contrata a una docena de guaruras de todos colores y estaturas que viajan adelante y atrás de él, mismos que le cuidan hasta de que no pise un chicle.

Parece que las reglas del juego han cambiado, porque antes se pretendía que los pistoleros se portaran con discreción y ocultaran sus armas. Hoy, parece que les exigen que las muestren.

Hay otra cosa que ha cambiado: la apariencia. Los actuales guaruras no responden a la imagen del viejo matón profesional, del valentón de hace años, del que cargaba una charrasca en la cara. Hoy son más modositos: llevan a los niños a la escuela, pulen los automóviles, leen los periódicos, hacen la síntesis oral a su patrón de lo que dicen lo periódicos o los noticiaros radiofónicos y le enteran sobre los asuntos políticos.

En fin, que los cuidadores de vidas ajenas y de imagen cambiada, se han convertido en un mal necesario de la sociedad moderna y desquiciada.

 

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